¿Donde nos habíamos quedado? Ah sí...
Habíamos llegado a la cima. Jesús algo más castigado que yo. Y nos preparábamos para la bajada. Eran poco más de las nueve de la mañana y el sol ya hacía un buen rato que nos calentaba, y no poco, para ser mediados de Abril.
Habíamos subido con una nieve aparentemente dura, pero que nos dejaba clavar las puntas de los crampones sin grandes problemas, lo cual hacía presagiar que cuando comenzáramos la bajada, esa pequeña capa de nieve más floja nos permitiría bajar cómodamente, clavando el canto tanto como quisiéramos.
Así que ni nos planteamos la posibilidad de que fuera necesario llevar el piolet en las manos, puesto que aún sabiendo que la pendiente de la cara norte hacía aconsejable llevarlo en la mano, el tipo de nieve que nos encontramos en la subida nos dió bastante confianza.
Jesús, que estaba algo más cansado que yo, y que sobre todo tenía muy pocos kilómetros de snowboard en sus piernas, debido fundamentalmente a la escasez de nieve, decidió bajar por el lugar más fácil de los dos o tres posibles desde la cima.
Decir el más fácil, no quiere decir que fuera fácil, puesto que la pendiente en la salida rondaba los 45º, aunque era bastante ancho. Yo, en cambio, decidí bajar por un pequeño canal, más estrecho, de igual pendiente, flanqueado por pequeñas rocas.
Jesús ya está listo para comenzar, me mira y .... adelante Jesús.
Comienza a bajar, y un sonido nada amigable comienza a sonar. Es ese tipo de sonidos que a uno le dice que algo no va bien.
Jesús no es capaz de encadenar un giro. Simplemente se deja caer, suavemente, esperando que esa maldita nieve sólo esté en la cima.
Una vez me comunica por walkie que se ha detenido, me dice también que me prepare, que la nieve está dura, y que le cuesta mucho agarrar el canto.
Comienzo mi descenso y empiezo a catar esa nieve, mezcla de dura, costra. Dos centímetros solamente, dos centímetros son los que tiene de espesor la capa que de nieve superficial, más floja. Así que para abajo, despacito, y buena letra. Hago mi primer giro, y a esperar un lugar mejor para continuar girando.
Llegados a este punto, me doy cuenta que no es una cuestión de estilo, sino más bien de supervivencia. El ambiente es alpino, la pendiente respetable, y el color de la nieve, una falsa amiga.
Esta zona de la bajada, en condiciones normales, tiene que ser muy agradable. Es una gran pala, idílica, a 40º, y sin piedras. Según bajamos, Jesús y yo nos vamos animando, y conseguimos dar tímidos virajes.
Pero que nos agotan psicológicamente y nos obligan a parar cada pocos metros por la tensión. Aunque parar, lo que se dice parar, no parábamos mucho, por que la pendiente y el estado de la nieve no nos permite detenernos realmente.
A veces iba yo por delante, a veces él. El paisaje a nuestros pies, sobrecoge, aéreo.
Una vez bajada la primera parte de la pala, decidimos dirigirnos hacia el gran tubo central, que conservaba mucha nieve. Eso nos obligaba a hacer una gran diagonal.
Me sitúo justo debajo de Jesús para contemplar la zona en cuestión. Justo en la parte más baja de la pala se puede elegir entre el gran tubo central, o un tubo más estrecho, pero suficientemente amplio, más a la derecha. Ese tubo es el que se ve en la siguiente imagen.
La bajada de la cara norte del Gra de Fajol está llena de alternativas. Las zonas más fáciles no tienen especial complicación, excepto la inherente a la pendiente. Las zonas más complicadas son tubos realmente estrechos, sólo aptos con buena nieve. Nosotros escogimos algo fácil, dentro de la dificultad de la pendiente y del tipo de nieve que teníamos.
Jesús deja su marca, o al menos lo intenta por que la nieve no se dejaba, justo al borde de la pared natural del gran tubo central.
Yo decido bajar por el gran tubo central, al menos hasta el tubo inferior más estrecho que se veía en una foto anterior.